Muchas Gracias, de todo corazón. Estas palabras estarán con nosotros recordándonos siempre el fugaz murmullo que un día vivimos en Zitácuaro.
NOCHE DE TEATRO EN LA PLAZA PUBLICA.
¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
- Comala, señor.
- ¿Está seguro de que ya es Comala?
- Seguro, señor.
- ¿Y por qué se ve esto tan triste?
- Son los tiempos, señor.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver:
“Hay allí, pasando el puerto de los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche” Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma… Mi madre”
Pedro Páramo, Juan Rulfo.
A nuestro pueblo llegó Rocinante, como un punto más de su itinerario en la búsqueda perpetua de su jinete, igual que el caballo de Miguel Páramo galopando en las llanuras resecas de la media luna con la culpa de haber perdido a su compañero. Llegó Rocinante pero no llegó solo, llegó en convite con grandes actrices y actores que nos recuerdan al hombre de la Mancha, deshaciendo entuertos, buscando el honor en las aventuras de caballería.
El teatro lleno: lunes 18, 8 de la noche, tres campanadas anuncian el inicio, el espacio en penumbras, la expectación en los rostros, risas nerviosas en la obscuridad, presencias que tal vez por vez primera ven el juego de la vida y la muerte en un escenario, corazón confuso entre el dolor y la alegría.
El negro telón de fondo con la ventana por la cual vivos y muertos se comunican en el juego literario de Juan Rulfo, ahora con voz, con llanto, con quimera de hombres y mujeres que recrean la vida que no termina y la muerte que no llega aún cuando Eduviges la atraiga para ganarle la partida a Dios, cosas que no se perdonan.
El eterno drama del hijo buscando al padre, pero ¿quién no es hijo de Pedro Páramo? Yo también –dice el arriero- soy hijo de Pedro Páramo, soy un rencor vivo.
El viajero perdido en la búsqueda recuperando a su progenitora en la amiga de su infancia que casi pudo ser su madre al suplir a ésta en el lecho nupcial de un borracho. El personaje domina el espacio y en otros ojos esquivos recupera su pasado, lamenta su presente y añora el porvenir que nunca será. Excelente interpretación corporal, movimientos acordes con la frase, insinuaciones que definen un hecho, oraciones en el desierto, cantos a la vida que no nos merece en el tepetate heredado en revoluciones perdidas con la tierra que de tan reseca ni siquiera deja florecer las lágrimas que rápidamente se consumen. Los hombres se mueven, las mujeres dominan en su pasividad al macho embravecido y embrutecido en el alcohol, el vientre disponible para la siembra de un hijo, siempre dispuesto para no acumular rencillas, pariendo hijos que ningún padre reconoce a pesar de tenerlo enfrente.
Tragedia de sacerdote corrompido, alcahueta arrepentida, el perdón que no llega cuando pasa por el incesto, la cara roja y rígida del que se aleja dejando al pueblo sin la esperanza de la redención. Santo niño, santo seductor, embarazador de vírgenes, heredero que se niega a mantener la estirpe sin negarse el placer de la que regresa. Mujeres que se desembarazan en la sin-esperanza.
El hambre que se reparte entre muchos para que toque de a poco. Todo esto en el escenario, en la vida, en la noche que consumimos por los ojos, por los oídos para dejarla reposar en el corazón.
En el escenario Piedras que marcan espacios, que limitan, que se abren, que lanzan chispas de fuego al golpe del machete, fuego incendiario que mueve a los hombres mientras encadena a Prometeo, piedras que rodando hacen ruido que mueven conciencias tranquilas en el sopor de la oscuridad en la bruma que nos devuelve a Miguel. Miguel ignorante de su muerte mientras el padre se desgarra las vestiduras.
En el nombre del destino: El murmullo, murmullo de la vida que ahora se hace escenario que ahora hombres y mujeres recrean con voz y movimiento.
Finalmente los hombres de esa tierra se han ido yendo, se alejaron tanto, tanto, que prefirieron no volver. Ojalá que Rocinante siga cabalgando buscando a su Quijote, ojalá que la compañía continúe y algún día vuelva, ojalá que ese “Murmullo” nos acompañe siempre para recordarnos la finitud de la vida, la tenue línea que divide la muerte de la vida, la injusticia de herencias muertas, el amor que salva del desamparo, el llanto que desgarra los corazones. Ojalá…
Dr. Francisco Álvarez Díaz.
H. Zitácuaro Michoacán a 18 de octubre de 2010, 22:30 hrs
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